Una de las cosas que más me impactó durante el viaje, fue la posterior en la que inauguramos la escuela, donde de la nada aparecieron cientos de personas y comenzaron a cantar y cantar, sin parar, al ritmo de los tambores y las palmas.
Durante esa reunión muchos de ellos aceptaron al señor en su vida, cantando y adorando, sin pensar en el tiempo, ni en la falta de luz eléctrica, solo nos iluminaba la luna y las estrellas. La verdad es que no sé cuánto tiempo pasó, pero era increíble ver como nada los detenía y nada representaba un obstáculo para manifestar su amor a Dios.