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Daniela Cifuentes

Dios me permitió realizar este viaje misionero de servicio junto a mi esposo, y estamos felices de haber decidido ir, muy agradecidos con M25 por transmitirnos la carga que los moviliza y darnos la posibilidad de ser parte de esta misión junto a ellos.

Desde el punto de vista económico implicó un gran desafío para mí como trabajadora autónoma y para mi esposo recién empleado en el país donde hemos migrado hace apenas unos meses, junto con otros gastos especiales que debíamos afrontar este año al regresar, pero en medio de eso, vimos la fidelidad del Señor que nos dio provisión no solo para abordar los gastos del viaje, sino también para cubrir todo lo que se venía después y más. 

En cuanto a todo lo vivido, creo que no alcanza este espacio para expresarlo…

He podido conocer a hermanos “de aquí y de allá” comprometidos con el Señor y con el prójimo dispuestos a renunciar a muchas cosas por amor, no de palabra, sino de hecho, hermanos que derraman sus oraciones y su sudor de forma incansable por la salvación de los que no conocen aún al Señor. No importaron las edades, desde el más joven al mayor, cada uno tuvo un rol único y especial, y de cada uno aprendí cosas que atesoro en mi corazón.

Viendo las necesidades cotidianas tan críticas de los habitantes del lugar y de nuestros hermanos en la misión he vuelto a valorizar la importancia de dar el valor real a las pequeñas cosas de la vida, cosas que en la rutina diaria del mundo occidental consideramos aseguradas y las damos por sentado. 

Este reencuentro con el evangelismo puerta a puerta, conversando con cada familia, viendo sus realidades, noches de campaña al aire libre, llevando el mensaje del evangelio de la forma más sencilla que es “Jesucristo, y a este crucificado” me hizo despertar a muchas cosas. En especial, cuando tuve oportunidad de evangelizar por medio de historias a las mujeres y los niños de las aldeas donde el ocultismo y el islam los esclaviza, esto hizo resurgir sueños latentes de mi  juventud, descubrir dones en medio del servicio, ser desafiada a buscar nuevas formas de alcanzar a otros desde la impronta que el Señor me regaló como mujer. Disfruté la música, el canto, la danza y el relato de historias de una forma diferente, me sentí mamá y abuela en cada beso, en cada abrazo, en cada sonrisa, en cada mirada; y a la vez, me sentí tan vital, joven y fuerte como el más joven del equipo, aunque era obvio que no lo soy. 

Todavía sé que el Señor tiene mucho más para decirme, al pasar los días descubro más de cada cosa vivida. Llegar allí fue un desafío, volver es otro aún mayor. Me he propuesto no ser pasiva a esa realidad en el lugar donde estoy mientras mi propia realidad me envuelve, me he propuesto trabajar y orar para que todo lo sembrado “dé buen fruto y produzca a treinta, a sesenta y a ciento por uno”, me he propuesto rogar, al Señor de la mies, que cada año envíe más obreros a su mies y que yo pueda ser uno de ellos.

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