Creo que hicimos dos viajes en uno. Uno fue el que hicimos con todo el grupo y otro es ese viaje interno que cada uno vivió en su interior y que sin duda, ya no nos dejará igual que antes.
Mi viaje personal me confrontó con prejuicios, miedos y estereotipos infantiles, que desaparecieron cuando vi la realidad: una realidad en la que se ve la carencia y falta de recursos de todo tipo, que los lleva a valorar todo lo que les podamos dar, por sencillo que sea.
Me impactó la vida de aquellas personas que decidieron dejar sus comodidades para ir a vivir con y por los más necesitados. Sin duda, los tenemos que apoyar, mimar, orar por ellos y siempre llevarlos en nuestro corazón.
Me sorprendió la enorme tarea que se realiza, la influencia que deja la impronta de M25 tan notoria en las aldeas en las cuales está presente. Se ve en la preparación académica, la limpieza, el orden, los hábitos de higiene, la excelencia en todo lo que se hace con tanto amor. Nada está librado al azar. Todo tiene un propósito definido, con enfoque determinado. Eso hace que los recursos sean bien aprovechados. Como Jesús cuando multiplicó el alimento: todos comieron en orden y no se desperdició nada.
También me enamoraron los niños, que nos miraban, sonreían, nos tocaban, nos llevaban de la mano, jugaban y bailaban con nosotros como si nos conocieran desde siempre. Cuando limpiábamos sus pies llenos de tierra y les poníamos los zapatos nuevos, pensaba en cómo Jesús nos limpió primero a nosotros con su amor. Espero haberles dado el amor suficiente que los lleve a conocer a Jesús.
No sé qué dejé. Sé lo que me traje: el gran deseo y entusiasmo por seguir ayudando para que se siga esparciendo el amor de Jesús de todas las formas que podamos. Y no me cabe duda de que el Señor multiplicará cada semilla plantada para Su gloria.